Porque las leyendas son mucho más que narraciones fantasiosas, nos muestran con gran acierto lo que subyace, lo que queda, la esencia de las cosas, anhelos y temores que han conformado nuestra psique colectiva, construyendo una realidad propia de la que no podemos escapar porque siempre hemos pertenecido a ella. Las leyendas son el relato humano que refleja las realidades del alma.
Esta historia nos lleva al año 1808, cuando el cabildo de la Catedral de Toledo decide acometer una serie de reformas en la Capilla de Santiago, lugar bello y preminente por ser la capilla más grande de la Dives pero no exenta en sus profundidades del paso del tiempo, ya que parte de su cripta se encontraba deteriorada por unas humedades y el techo que revestía las bóvedas exigía una remodelación de urgencia.
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Don Álvaro de Luna y doña Juana Pimentel en la tertulia de los muertos
Luciano Martín Forero fue el capataz responsable de dirigir esta “expedición” este lugar tan especial de la catedral, ya que esta capilla está presidida por dos tumbas exentas donde descansan en posición yacente don Álvaro de Luna y doña Juana Pimentel. El primero fue condestable de Juan II de Trastámara, por ende hombre de confianza del mismísimo rey y consejero en asuntos de estado durante más de cuatro décadas, pero la historia nos cuenta que por una serie de intrigas palaciegas, don Álvaro fue condenado a muerte en Valladolid, cercenando su cabeza en el año 1455. Un personaje que alcanzó las más altas cotas de poder y terminó sus días siendo traicionado. Doña Juana Pimentel esposa de este infausto caballero, y compañera en esta composición tumularia, a partir de la muerte de su marido, se aisló en el castillo de Escalona hasta su muerte, con la curiosidad de firmar sus documentos con la descriptiva expresión de “la triste condesa”.
Mientras tanto, la pequeña comitiva de obreros bajaba la mohosa estancia separando con dificultad las telarañas, y guiándose con la poca luz que daban unos temblorosos candiles. Al poco de estar en absoluto silencio, uno de los obreros recordó a cada paso de escalón, la siguiente historia: -No sé si recuerdan mis compañeros que en tiempos se decía del condestable que cuando se sacramentaba el pan y el vino en la Catedral, la estatua de don Álvaro tomaba vida y se arrodillaba santiguándose en ese mismo momento. Al final la reina Isabel, mandó destruir ese artificio por considerarlo demoníaco.
–No seas tan crédulo, le contestó Luciano, se cuentan tantas cosas de estos lugares, que si hemos de créelo todo, hasta los muertos estarían bailando aún en sus criptas… Nosotros a lo nuestro.
Terminando la tertulia de los muertos
Llegando ya a al final de la estancia, y colocando los candiles en su posición, esta comitiva de operarios sería protagonista de la siguiente escena por ellos narrada:
“Descubrimos en medio de la sala cinco sillones de terciopelo ya raídos sobre los que descansaban apoyados unos cuerpos parcialmente conservados, algunos en sus huesos y todos sin ojos en sus cuencas, colocados alrededor de una mesa redonda de un palmo de grosor, con las manos huesudas colocadas sobre ella, y en el centro de la mesa encontramos con gran desagrado una cabeza cortada que estaba como en presidencia de aquella tenebrosa escena, como si los muertos estuvieran en tertulia”.
Templada la primera impresión, este descubrimiento no hizo huir a ninguno de los obreros que, eso sí, evitando mirar directamente a los cuerpos, realizaron todas las tareas de restauración necesarias para dar por cumplido su trabajo. Al salir de la cripta, Luciano Martín Forero, marcó con su navaja tanto su nombre como la fecha de aquella expedición en una de las paredes de la cripta. Esta firma está ahí, esperando al siguiente que quiera descubrir uno más de los misterios que puede esconder, por qué no, en sus entrañas más inhóspitas, ese magnífico templo que siempre será protagonista de inagotables leyendas.