Estamos en el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, el llamado “rey Prudente”, monarca que ha consagrado su reinado a la defensa de la fe católica frente al protestantismo. En esa misma época recalará en Toledo un peculiar pintor llegado de Italia y nacido en Creta que con una personalísima perspectiva y estilo, pretende plasmar en sus lienzos la pulsión espiritual del Barroco español. Este pintor era el Greco…
El Greco y el «Círculo del Escorial»
Felipe II tenía como aposentador real a Juan de Herrera, quien a su vez dirigirá el final de la obras del Escorial. Iniciado en el pensamiento mágico a través de la obra del monje y sabio medieval Ramón Llul, Herrera era hombre de vastos conocimientos esotéricos siendo él quien introduciría en dichos saberes arcanos al propio rey Felipe, quien ya a su paso por la corte de Inglaterra con su esposa María Tudor, había podido comprobar lo fascinante de estas sabidurías de mano del esoterista inglés y protegido de la reina Elisabeht John Dee.
Herrera y Felipe unen así sus personalidades para dar a luz uno de los edificios más imponentes, misteriosos y fascinantes de Europa, el monasterio del Escorial, donde reunirán la mayor colección de literatura hermética y alquímica del continente. La persona encargada de la gestión de esta biblioteca será Benito Arias Montano, estudioso de la Biblia en sus claves hermenéuticas y simbólicas y hombre de inmensa erudición.
El Greco en Toledo
Fijémonos en este sentido, en el famoso y espectacular cuadro del Greco conocido como El Entierro del conde de Orgaz. Entre los asistentes al sepelio, junto al resto de caballeros, aparece retratado entro otros, el propio Benito Arias Montano, bibliotecario del Escorial y a la sazón… amigo personal de Greco.
Felipe II rechazó al Greco como pintor de corte cuando éste le presentó el cuadro del Martirio de san Mauricio, siendo esa sin embargo la ocasión a través de la cual el Greco afianzó una sólida amistad con el bibliotecario del rey, siendo a partir de ese momento que se convirtieron en confidentes. Posteriormente llegado el Greco a Toledo en 1577, y a sugerencia de Benito Arias Montano, el Greco alquilará como vivienda y alquiler, las llamadas “casas de Villena”. Éstas, no eran un lugar cualquiera, vinculadas al famoso noble medieval don Enrique de Villena, las afición de éste a las artes mágicas había cargado el lugar de leyendas vinculadas a la alquimia, la nigromancia, las cuevas y subterráneos, y una supuesta biblioteca secreta del marqués de Villena. Allí sin embargo situará el Greco su casa y su estudio tras su paso por Madrid y la corte. Y en Toledo se quedará ya el resto de su vida, donde su personal estilo pictórico irá cada vez acentuándose más, hasta llegar por momentos a resultar tan fascinante como por momentos turbador…
Los misterios del Greco
Aquí hay que reseñar que en esa peculiar evolución y estilización de su pintura, el Greco recibirá la influencia del neoplatonismo renacentista, que si bien impregnó en general todo el manierismo barroco, para el caso del Greco, alcanzará una inusitada intensidad. Y es que el neoplatonismo está íntimamente vinculado al pensamiento mágico y el esoterismo, pues en él se plantea cómo desde un plano superior, metafísico y sobrenatural, emana la luz y las formas que después, encontramos en el plano puramente contingente, natural y material. Siendo la propia “densidad” de la materia, la que impide a dicha luz “de lo Alto”, reflejarse en toda su plenitud en el plano contingente. Siendo entonces la mágica y la “mística”, el medio para corregir dicha “densidad”, y conseguir que el mundo físico, sea también fiel reflejo y “encarnación” del plano metafísico. Todo ello conforme a la fórmula alquímica de “espiritualizar la materia y materializar el espíritu”.
Estas ideas, por abstractas que puedan resultar a ojos del Hombre moderno, estaban sin embargo presentes entre la erudición europea de los siglos XV y XVI, y ejercen cierta influencia en el arte y la poesía renacentista. Tanto así, que se sabe que en la biblioteca del Greco abundarán las obras de corte neoplatónico, destacando un manuscrito de las Enéadas de Plotino (el gran precursor del neoplatonismo), que a día de hoy se conserva en la biblioteca de Salamanca.
Dicho neoplatonismo, es el que está también detrás de importantes autores heterodoxos de la época, como Pico de la Mirandolla o Giordano Bruno, y se sabe que la consigna de Plotino: “Conquistar la oscuridad inherente a la materia, por el derramarse del la Luz espiritual sobre ella”, fue clave en el hermetismo renacentistas y en la interpretación de los más complicados textos y grabados alquímicos.
Del Greco sus contemporáneos decían, que era “hombre de hábitos e ideas excéntricas”, y viendo a partir de lo aquí comentado el papel de la luz y la oscuridad en sus cuadros, así como la deliberada estilización espiritual de sus formas y figuras, su “elevación mística”, cabe pensar que sus lecturas de Plotino, fueron algo más que lecturas ociosas…
En este orden de cosas, no solo tendremos a Arias Montano, bibliotecario del Escorial, en El Entierro del Conde de Orgaz, sino que además, los cuadros del Greco, nos mostrarán curiosos enigmas e inquietantes visiones…
Es así significativa su manera de pintar las manos. Siempre con los dos dedos, corazón y anular, juntos. Como si fuera una manera de mostrar a todos sus personajes en un mismo y sutil gesto de hermandad. De hecho, a partir de tan peculiar gesto, algunos estudiosos de su obra plantean si no será que dicha manera de dibujar las manos, sería señal de la pertenencia del Greco a algún tipo de sociedad secreta de orden neoplatónico, que pudiera haberse dado en Toledo. Y que como en muchas ordenes secretas, tendría en una especial colocación de las manos, la manera de reconocerse sus miembros entre sí.
Podemos mencionar también su cuadro del Pentencostes, donde junto a los doce apóstoles y la Virgen, aparece el rostro y cabeza de una doncella, que como flotando, acompaña la escena. En los Hechos de los Apóstoles dicho personaje no se recoge, y su presencia en el cuadro sería como mínimo apócrifa.
También puede destacarse su Apertura del quinto sello del Apocalipsis, donde los cuerpos parecen llamas flameantes bajo un horizonte de total desesperación. Y finalmente por un lado, el impresionante cuadro del Laocoonte, en el que el Greco parecería estar señalando a Toledo como “ciudad mágica” que contiene el Universo, a través de la idea del “Uruboros” o serpiente cósmica que se muerde la cola, y que aparecería recogida en el cuadro enmarcando la ciudad (del mismo modo en esa obra, Toledo aparecería como la Troya del mito griego, con un caballo de madera que se encamina hacia la puerta de Bisagra)…
Y por otra parte, su extraña Vista de Toledo, donde los distintos elementos del cuadro parecen distribuirse a gusto del pintor y no conforme a la realidad (torre de la catedral o curso del río), y donde Toledo, como surgida de un sueño fantasmal, parece retratarse en su alma misteriosa con colinas circundantes, que bien parecerán lejanas y oscuras cabezas de serpientes gigantes con fauces abiertas…
Nadie ha retratado Toledo mejor desde entonces, y quizás el Greco haya sido el “gran mago” que como “médium” haya sabido plasmar en este fascinante cuadro, el verdadero rostro, el rostro oculto, de la “Ciudad Imperial”….