Toledo está considerado como un crisol de culturas, una ciudad que ha combinado a lo largo de su larga historia, lo mejor de cada uno de los pueblos que pasó por ella.
Hoy nos vamos a centrar en una de sus joyas arquitectónicas, la única mezquita completa que aún queda en pie, es la conocida como mezquita del Cristo de la luz.
Historia
De pequeño tamaño, compuesta de un solo cuerpo y con cuatro columnas centrales que construyen su espacio interior, está ubicada justo a la entrada de una de las puertas de Toledo, la llamada Bab al-Mardum, o puerta del mayordomo. Posiblemente sirviera para rezar justo antes de la marcha de la ciudad o justo a la llegada, pero también se baraja la posibilidad de que este espacio sirviera de Madrasa o escuela, seguramente coránica, donde las enseñanzas más variopintas se unían con el estudio de la religión mahometana. Curiosamente mantiene en la parte superior del edificio, una epigrafía donde se hace referencia a la protección de Alá y al fundador del edificio (Ahmad Ibn Hadidi), destacando también el detalle de la fecha de la hégira, cuya trasposición a nuestro calendario sería el año 999 de nuestra era, cuando Toledo o Tulaytula como la llamaban los musulmanes, aún estaba baja el dominio del califato de Córdoba.
Después de la reconquista de Toledo, el edificio se convierte en una parroquia cristiana añadiéndose para su culto un ábside del siglo XII. Al principio se sabe de la veneración a un Cristo, que más tarde se sustituye por la imagen de una virgen “de la luz”, por lo que simbólicamente tenemos representados a los dos polos, el masculino y el femenino que dan esa luz o fe cristiana, en este caso de una virgen se engendra un hombre divino que da a luz con su muerte una nueva era.
Leyendas del Cristo de la luz
La primera nos narra que era tanta la devoción que tenía el Cristo que aquí se encontraba, que todos los días raro era el momento que no había un toledano rezándole para darle gracias o solicitar su protección. Además la costumbre popular era besar los pies al Cristo después de rezarle.
Este culto levantó los odios de un judío que viendo nublado su juicio, no se le ocurrió otra cosa que emponzoñar los pies del Cristo con un potente veneno. Los fieles terminarían enfermando y muriendo a los días, consiguiendo que su culto se interpretara como generador de desgracias. Y así lo hizo en una noche sin testigos, pero el primer día tras su malévolo plan pudo observar cómo cuando el primer fiel de la mañana quiso besarle, el Cristo milagrosamente retiró el pie evitando el fatal desenlace. Os podéis imaginar que este gesto se repitió cada vez que un cristiano quería hacer lo mismo, y por supuesto, la diabólica treta tornó en mayor devoción aún que antes, aunque nunca se pudo saber quién fue el causante de este acto tan reprobable. La cosa no termino ahí, llevado por los demonios, el judío con el abrigo de la madrugada como único testigo, fue a la parroquia y estando en frente del Cristo, le clavó con todas sus fuerzas una daga en el corazón. El resultado fue otro milagro, del pecho del crucificado comenzó a manar sangre a borbotones, lo que hizo que el judío arrancara con saña la figura y se la llevara a su casa donde le tiró a un muladar donde habitaban las bestias. Fue una noche de lluvia, el agua caía copiosa como para limpiar la profanación de esa noche, pero a la mañana siguiente, varios cristianos se apostaban en su casa y dos alguaciles se lo llevaron preso para juzgar y condenar a este judío que no sabía que existía un rastro de sangre, indeleble tras la torrencial de agua, que había sido la prueba del delito y por lo tanto su destino final. Nadie puede quedar impune ya sea aquí o en el más allá de sus fechorías, ¿verdad?
La otra leyenda quizás la más conocida, nos cuenta que un 6 de mayo de 1085, al llegar a la ciudad el ejército de la reconquista liderado por el rey Alfonso VI, sucedió algo extraño… Al entrar por la puerta del Bab al-Mardum, el caballo del monarca (otros dicen que fue el caballo del Cid), hincó la rodilla justo en frente de la mezquita y quedó completamente inmóvil. Sin poder hacer nada, Alfonso VI, bajó de su corcel e inspeccionó el lugar, algo debía de señalar aquel animal. Entrando en el pequeño templo pudo observar que de una de las paredes, se dejaba entrever un haz de luz que procedía del interior de una estancia cerrada. Al percatarse de tan inusual suceso, se echó abajo el muro y pudieron ver que dentro había un Cristo con un candil de aceite iluminando la imagen desde que esta fue escondida en los tiempos de los visigodos, o sea, que había estado más de trescientos años con la luz sin agotarse como un mensaje del tiempo que anunciaba de nuevo, una etapa cristiana. La antigua capital de los godos volvía a recuperar su religión. Como recuerdo y testigo de este suceso, aún hoy podemos ver que justo en frente de la mezquita, hay un adoquín de piedra de color blanco (único en Toledo), lugar donde se arrodilló el caballo del rey. Fíjese el lector como es el caballo, con su intuición, el que indica cómo ha de descubrirse lo que es la señal que empuja a ese proceso histórico que fue la reconquista de los territorios de dominio musulmán.
Y hasta aquí hemos llegado, al menos de momento, invitando a todo aquel que visite Toledo, que no olvide este lugar tan especial, pequeño en su tamaño pero grade en su historia y leyendas, un espacio lleno de armonía geométrica y de sincretismo religioso con la magistral mezcla de culturas y religiones que puede ofrecer la ciudad de los mil encantos, un Toledo donde todo absolutamente todo, pudo haber ocurrido. Toledo te espera para que estos sueños tomen conciencia y las piedras hagan realidad la imaginación, nosotros también te esperamos si quieres que te contemos de viva voz estas y otras historias.