Para quienes han venido a nuestras rutas, seguro que esta entrada de nuestro blog les va encantar…
¿Qué es el Picatrix?
El Picatrix, es un tratado de magia simpática y astral que describe hasta el más mínimo detalle el proceso de fabricación de talismanes, así como la capacidad que pudieran tener algunos de éstos para activar los procesos de trasformación del alma. Escrito originalmente en árabe, y constituyendo ya en ese momento un compendio de diversas sabidurías todas ellas de raíz hermética, se traducirá por primera vez en Toledo y marcará definitivamente la historia de las Artes Mágicas en Europa. Pues cuando llegue la época de la Magia Renacentista, el Picatrix será el libro de cabecera de Marcelo Ficcino, Cornelio Agripa, o Giordano Bruno. Siendo ya considerado en esa época y por parte de la Iglesia, una obra demoníaca.
El Picatrix sin embargo abre sus páginas con algunas oraciones al altísimo y con la promesa de revelar secretos profundos. Alude entonces a la Magia como el mayor regalo que Dios puede conceder a la Humanidad. De Dios dirá como los neoplatónicos que es Dios es el Uno, y que todo deriva del Uno. Y como en la Tabla Esmeralda de Hermes Trismegisto, dirá que “el Hombre es un pequeño mundo que refleja en si mismo, el gran mundo del cosmos”. Aquí el Picatrix plateará ya una de las claves del Hermetismo y del Esoterismo universal, la idea de que el Hombre, superando la ignorancia surgida a raíz de la Caída y el pecado original, puede elevarse por encima de sí mismo, y religarse de nuevo con el Principio Supremo, con la Divinidad.
Para el Picatrix existen muchas formas de operar sobre lo invisible y lograr efectos en el mundo visible, pero todas ellas, la más eficaz y poderosa es la construcción de Talismanes. Así, los dos primeros libros del Picatrix recogen lo que sería la Magia de los talismanes, y llegado el tercero, se establece entonces la correspondencia de piedras, plantas, animales y planetas, con signos del Zodiaco, y a partir de aquí, con diversas fuerzas cósmicas. Ya en el cuarto libro se trazan las oraciones e invocaciones que atraen dichas fuerzas cósmicas y planetarias.
Para poder seguir las indicaciones del Picatrix hay que tener ciertos conocimientos de astronomía, matemáticas, alquimia y metafísica; y sus talismanes mágicos no tienen nada que ver con la rusticidad de los talismanes populares de la hechicería.
No es exagerado decir que en su conjunto, el Picatrix es quizás, la compilación de magia más importante y completa escrita en momento alguno de la Historia, y por supuesto la compilación de artes mágicas más importante de la Edad Media. Pudiendo decirse que en gran medida, de ella derivarán por adaptación, vulgarización o simplificación, gran parte de las obras mágicas posteriores. Del mismo modo que en ella, el antiguo y viejo Corpus Hermeticum del cual surge el acervo más elevado de la tradición mágica europea, habría tenido también su coronación. Sería la prolongación última de los libros firmados por Hermes Trismegisto…
Dicho esto resultará altamente significativo e interesante pensar, que las primeras traducciones y copias de este libro, se habrían dado en el Toledo de Alfonso X el Sabio…
En 1256 Alfonso X mandó traducir del árabe al castellano el llamado en lengua árabe: Ghayat al-hakim. Un tratado de magia talismánica conocido también como La meta del sabio y atribuido por Ibn Jaldún en su Muqaddima, al matemático hispanoárabe Ibn Ahmad al-Magriti (¿-1005/1008). Esta traducción castellana se perdió, pero la latina, el Liber Picatrix, se difundió por todo Occidente y alcanzó un notable éxito entre los siglos XV y XVIII. Siendo como hemos dicho, y a partir entonces de la copia toledana, un verdadero clásico del esoterismo europeo…
En orden a desarrollar esta breve introducción sobre este clásico de la magia medieval en Europa, reproducimos aquí un fragmento del libro Historia de la Magia de Ernesto Milá; libro que nos parece uno de los mejores estudios que pueden leerse para entender qué cosa es la “tradición mágica” y cuál su historia, y que recomendamos encarecidamente. Humildemente y con admiración hacemos nuestras sus palabras…
El Libro

El auténtico título de la obra es El fin del sabio y el mejor de los medios para avanzar, siendo la denominación de Picatrix una deformación del nombre del traductor latino del texto. Por otra parte, la atribución de la redacción al «Madrileño» parece hoy poco acertada dado que este autor murió en la primera década del siglo XI y actualmente se considera que el Picatrix pudo ser escrito a mediados de ese siglo o comienzos del XII.
Se desconoce el momento en que fue traducido al latín, aunque es de suponer que fue en fecha tardía puesto que, como ya se mencionó previamente, no existen manuscritos anteriores al siglo XV ni la obra aparece citada por autores medievales. En cuanto al traductor de la versión surgida del scriptorium alfonsí, se cree que debió tratarse de Yehudah ben Moshe ha-Kohen, uno de los principales traductores del rey.
Jaime Ferreiro afirma que el hecho de que la obra estuviese destinada al uso particular de Alfonso X justifica su escasa publicidad y difusión; en cualquier caso la primera noticia conocida que tenemos del libro es de 1456, fecha en la que Johann Hartlieb, médico de la corte de Baviera, lo define como un libro de nigromancia, altamente peligroso por su contenido, compilado “para un rey de España por un doctor de alta reputación” .
El Picatrix es un manuscrito que aúna tradiciones orientales y clásicas con las musulmanas. La obra original está escrita en árabe literario y es un manual de iniciación a la magia que se basa en tres procedimientos básicos; la astronomía, los filtros y las prácticas de magia simbólica. Se consideró durante mucho tiempo el manual de magia por excelencia y será citado con frecuencia en obras posteriores.
Las coincidencias existentes entre este tratado mágico, el libro tercero del Lapidario y el Libro de las formas et imágenes unen dichas obras alfonsíes con la tradición hermética, que se remonta hasta textos siríacos y griegos del Corpus hermeticum, colección de textos de una doctrina secreta de los siglos II-III, que surgió en ambientes helenístico-egipcios, y de la que hablaremos más adelante.
Su traducción
La tradición mágica en la que se inserta el libro se remonta a los inicios de la historia, a los pueblos de la antigua Mesopotamia, y después a la antigüedad clásica, y siempre se mantuvo a medio camino entre la religión y la ciencia, partiendo de la idea fundamental de que existe en la naturaleza un orden y unas leyes y que el conocimiento de las mismas posibilita la intervención del mago en lo que sería el curso natural de los acontecimientos.
La magia, por tanto, y manteniendo la definición que ha pervivido, consiste en producir cambios en la realidad de acuerdo a la voluntad del mago; para ello se puede recurrir a la teurgia, que basa sus prácticas en la invocación de poderes superiores, como los ángeles, o a la goetia (ars goetia o goecia), que supone la implicación de las fuerzas oscuras, los demonios. A partir de la Edad Media, con el creciente poder de la Iglesia, toda práctica mágica, del tipo que fuere, comienza a ser demonizada y considerada maléfica.
Hasta muy avanzado el siglo XIII la Iglesia no consideraba el uso de la magia como un delito con repercusiones sociales, sino como un pecado contra la singularidad y unicidad del Dios de los cristianos, es decir, se prohibía porque se consideraba un acto de idolatría, pero todavía nos encontramos ante una jurisprudencia poco uniforme y relativamente benigna.
El paso del siglo XIII al XIV marcará el cambio hacia una postura mucho más beligerante, aunque ya a partir de 1230 comienza en Europa el proceso de persecución, que se generalizaría más adelante, con la destrucción definitiva de los cátaros .
En el IV Concilio de Letrán (1215-1216) se refuerza, por una parte, la segregación de los judíos y se obliga a los obispos, por otra, a perseguir y castigar las herejías dentro de su diócesis. En cuanto a la identificación de la magia con la brujería, con sus connotaciones de pacto activo con el Diablo, se desarrolla especialmente a lo largo del siglo XV.
El contenido del libro
En cuanto a la composición del Picatrix, la estructura de cada uno de los cuatro tratados que componen el libro es la misma; primero una introducción filosófica y a continuación un catálogo de actuaciones prácticas, que en los primeros tratados quedan supeditadas al elemento teórico, pero después se convierten en lo más destacado.
Detrás del Picatrix se oculta la pretensión de escribir una especie de historia o compendio universal de magia talismánica, aunque el excesivo material recopilado convierte la obra en un tratado más o menos ambicioso y deudor de diversas tradiciones.
La premisa básica del texto es que si los astros son capaces de transmitir al mundo las formas primordiales celestes de las cosas, entonces el mago debe procurar que una de las formas deseadas por él se imprima en el momento justo y en el lugar adecuado de la materia .
Lo que es innegable es que la influencia de la obra fue enorme, especialmente en autores renacentistas como Ficino, Pico de la Mirandola o Cornelio Agrippa, gracias a que es uno de los más completos tratados de magia conservados. Desvela todo tipo de fórmulas así como una lista de imágenes mágicas con su modo de empleo, presentando a Hermes Trismegisto como su inventor.
Trata de las simpatías entre las plantas, las piedras, los animales, los planetas y sobre cómo utilizarlos para fines mágicos. Los diversos talismanes y procedimientos descritos tienen distintas finalidades, existiendo fórmulas adecuadas para prácticamente cualquier propósito.
La idea de fondo que subyace tras la obra es que el cosmos se compone de tres mundos que serían la materia, el espíritu y el intelecto; el sistema mágico transmitido por el Picatrix consiste en captar y después guiar el influjo del espíritu de un astro hacia la materia por medio de talismanes, por lo tanto el procedimiento a seguir es grabar las imágenes de las estrellas en el soporte adecuado o emplear sustancias e invocaciones que les sean afines.
Los cuatro libros que lo componen están organizados de la siguiente forma; los libros I y II enuncian oraciones y promesas de revelaciones junto con un enfoque filosófico relativo a la disposición de la naturaleza, además de tratar sobre el arte de la fabricación talismánica en la que se incluye una lista de imágenes que pueden figurar en los talismanes correspondiente a los planetas y a los treinta y seis decanatos unidos en torno a su signo zodiacal respectivo.
El libro III trata de las piedras, de las plantas, los animales y otros elementos que corresponden a los diferentes planetas y signos a fin de saber cómo invocar a los espíritus de los planetas; el libro IV está dedicado a los saberes transmitidos por determinados pueblos.
La actitud del autor de la obra, el denominado Pseudo Maslama el Madrileño, oscila desde el principio entre la crítica hacia quienes han sido avaros y mezquinos en cuanto a la codificación de una enseñanza considerada peligrosa y que se pretende, por tanto, mantener alejada de aquellos que no son considerados sabios, y las continuas exhortaciones al lector para que considere los riesgos de referir determinados conocimientos a aquellos que no están preparados para recibirlos.
En este sentido, muestra su intención de revelar la llamada magia natural “sin avaricia ni ocultamientos”, pero en la práctica confía en el hecho de que a su obra sólo tengan acceso aquellos alumnos que por su propia naturaleza sean aptos para entenderla y hacer un buen uso de ella.
Los cuatro tratados en los que está dividido el libro se centran, en consecuencia, en el estudio de los planetas, en los modelos astronómicos y sus obras, en la participación de los astros en los tres reinos de la manifestación y en la magia de algunos pueblos cuya fama en estas cuestiones es especialmente significativa, como los hindúes, los kurdos o los nabateos.
Un libro y cuatro tratados
El primer tratado, dividido en siete capítulos, se inicia con un planteamiento puramente filosófico acerca del origen de las causas, para pasar después a definir la magia como la disciplina que estudia las causas ocultas a la razón y sus dos tipos, teórica y práctica.
La magia teórica se centra en el conocimiento de las posiciones de las estrellas fijas, mientras que la práctica estudia los tres reinos y las fuerzas que los planetas propagan en ellos, siendo los filtros la mejor especie de magia práctica, y la mejor especie de la magia teórica, la palabra.
A continuación se detallan las posiciones de los planetas, los efectos de la Luna y sus veintidós mansiones, según los hindúes, la descripción de las mismas y los talismanes que se pueden hacer en cada una de ellas, de carácter tanto benéfico como maléfico.
Los talismanes que se describen de manera concreta tienen como fundamento el que se construyen a partir de las características celestes y es condición imprescindible para su éxito que el artífice concentre la atención en su obra y que depure su voluntad para ligar en sí las fuerzas anímicas y las fuerzas celestes .
Seguidamente encontramos citas de Platón y Aristóteles, del Tratado de los Talismanes de Zabit ben Curra y de las Epístolas de los Hermanos de la Pureza. En todas estas referencias no se hacen en ningún momento consideraciones morales al respecto de lo que se suele definir como magia blanca o negra, simplemente por medio de los talismanes se puede lograr casi cualquier cosa y para ello basta con que las esencias de dichos talismanes sean similares a aquello que necesita la obra perseguida, sea buena o mala. Los últimos dos capítulos del tratado definen al ser humano como un microcosmos perfecto paralelo al macrocosmos y, por tanto, revelan su importancia en el mundo frente al resto de la creación, y concluyen con una exposición sobre las jerarquías de las criaturas.
En el segundo tratado el autor cita a Ptolomeo para reflexionar acerca de la necesidad de dominar todas las ciencias de la filosofía (matemáticas, cosmología y metafísica) para alcanzar a comprender el modo en que influye el mundo superior en el inferior.
Se analizan las formas y sus símbolos, la influencia en las cosas de la situación de la Luna respecto al Sol, algo especialmente importante para la realización de cualquier obra, y se afirma de los hindúes que son los magos más capaces, así como que el conocimiento de la astrología conduce a la teurgia.
La actividad de los astros es objeto de amplio estudio. El éter es mencionado como la primera naturaleza agente y se describen las dos esferas mayores; la del propio éter y el cielo de las estrellas fijas, así como las relaciones de los planetas entre sí.
Los capítulos siguientes desarrollan el tema de la elaboración de diversos talismanes concretos, los elementos a armonizar en su elaboración, las imágenes y piedras correspondientes a cada planeta y las figuras a grabar en las piedras. El objetivo de los talismanes en todos los casos es llevar la potencia al acto, es decir, lograr la manifestación material de los símbolos empleados.
El último capítulo, el número doce, estudia los grados del ascendente, cuyo origen los sitúa el autor en la India, razón por la cual refiere también las prácticas de purificación de los brahmanes y hace algunas menciones expresas a la figura de Buda.
El tratado tercero es eminentemente práctico, en él se detallan las correspondencias de los planetas en cuanto a lugares, profesiones, piedras, colores, religiones, signos del zodíaco, etc. Se menciona la tinta propia de cada signo y planeta, imprescindible cuando se trabaja con ellos, los perfumes y las imágenes que les corresponden.
Se relacionan también las acciones de los planetas sobre cada país y las piedras que se pueden encontrar en cada uno de ellos o en zonas determinadas, como la misma al-Andalus, avalando la información los nombres de Galeno e Hipócrates.
Seguidamente se habla de los tres reinos, de las características del ser humano frente a los animales, y se hace referencia a numerosos autores, afirmando que en total la suma de libros consultados asciende a ciento veinticuatro.
El contenido práctico predomina claramente a lo largo de todo el tratado, como ya se mencionó, se presenta una extensa relación sobre los temas específicos que corresponden a cada planeta, sus invocaciones y sahumerios para diversas finalidades; en todas las invocaciones aparecen los nombres de cada planeta tanto en árabe como en persa, latín, griego y sánscrito.
Encontramos también referencias a las llamadas espiritualidades de los planetas (las espiritualidades son los seis lados del universo incluidos en las áreas de los siete planetas) y los diversos rituales para atraer dichas espiritualidades, además de distintos filtros de los que se indica su finalidad, ingredientes y procedimiento, y se advierte de los peligros que puede conllevar su elaboración, por ser venenosos algunos de ellos.
El capítulo décimo segundo concluye el tratado con las definiciones de los términos naturaleza y accidentes, que sirven de introducción al tratado cuarto en el que se comienza explicando las diferencias entre las esencias espirituales y corporales y las partes de la mente, haciendo la distinción entre mente universal y mente individual, y entre mente y ánima, que está unida al cuerpo al contrario que la primera, según Aristóteles y también Empédocles. En este último tratado el autor se centra en las referencias a las prácticas mágicas de algunos pueblos; recoge invocaciones de origen kurdo, abisinio, hindú, copto e introduce como ejemplo breves relatos en los que se narran las experiencias de personas que realizaron alguna de las invocaciones citadas. Las ciencias cuyo conocimiento es necesario se relacionan a continuación, se expone una definición de los principios femenino y masculino, se mencionan algunos sahumerios y compuestos hindúes de diferentes finalidades y se dedica un espacio importante a los nabateos y sus prácticas; siguiendo a Abubequer ben Wahsiyya, que tomó sus conocimientos directamente de ellos, se enumera una larga serie de talismanes realizados con diversas plantas y árboles de diferentes países. Los capítulos que ponen punto final a la obra, el séptimo y el octavo, concluyen exponiendo las propiedades de diversas sustancias y talismanes y con una serie de consejos finales tomados de Sócrates y Pitágoras.
El secreto y la prudencia
Como se mencionó anteriormente, las alusiones a la necesidad de ser prudente en lo que a estos secretos se refiere son constantes. Esto no es de extrañar por varias razones; por una parte es un hecho que la enseñanza esotérica no debe ser difundida entre los no iniciados, y que lo más habitual es que se exija a los mismos algún tipo de juramento de silencio.
La necesidad de ser prudentes y el juramento están plenamente justificados si tenemos en cuenta que los propios iniciados se hacen responsables de la transmisión de la enseñanza, dado que en un futuro les corresponderá a ellos transmitirla. Sólo eligiendo cuidadosamente las personas que tendrán acceso a ella se puede preservar su contenido.
Pero, además, durante siglos el secreto era necesario por una simple cuestión de integridad física de los interesados, por lo que es sencillo comprender la preocupación del autor del Picatrix en este sentido y sus continuas exhortaciones a la prudencia, pese a su decidida labor de instructor en todo lo relacionado con la magia talismánica.
Pero hay otra razón, directamente relacionada con lo anterior, y es el hecho de que para estos autores el equilibrio entre sus doctrinas y la religión a la que por nacimiento pertenecían fue siempre muy delicado.
En este caso concreto hay varias alusiones al Islam (incluido un talismán que ayuda en el progreso del aprendizaje de la religión a los niños) y en una de ellas realiza abiertamente la afirmación de que todas las cosas que está enseñando van en contra del propio credo y que, por tanto, deben ser veladas y guardadas por los sabios para impedir que otros se salgan del mismo o empleen las cosas prohibidas .
La práctica de la magia es perseguida y castigada por las religiones monoteístas debido a que se basa en parte en otras consideradas idólatras y de carácter politeísta. Los textos sagrados tanto de musulmanes como de judíos y cristianos prohíben radicalmente la práctica de la adivinación o de cualquier método que altere el funcionamiento natural de las cosas, determinado por Dios.
La magia y la sociedad
Respecto a los orígenes más remotos de la magia, según Herodoto, el vocablo magia procede del nombre de la tribu persa de los magoi, pueblo que fue gobernado por Ciro y Darío, y que afirmaban tener dotes adivinatorias, con especial atención a los sueños cargados de simbología y predicciones.
Realmente las tradiciones mágicas han formado parte de la vida cotidiana y popular desde la antigüedad, y ya a partir del siglo III este interés se refleja tanto en los textos como en las prácticas de carácter filosófico, existiendo, en todo caso, una clara interdependencia entre técnicas mágicas y místicas.
Con respecto a la identificación entre prácticas mágicas y clases populares, la realidad es que dada la pervivencia de dichas técnicas, su popularidad y su carácter de manifestación religiosa cotidiana, parece artificial el hablar de una adaptación de formas populares por parte de las clases cultivadas en el momento en que empezamos a encontrar textos a ellas dedicados, más bien parece más probable que las fuentes muestren en un momento determinado lo que ya era práctica habitual en todas las clases sociales desde tiempos mucho más tempranos.
Respecto a la distribución social y el estudio sociológico de los practicantes de magia y sus clientes, hay que decir que la mayor parte de los textos y amuletos que constituyen nuestras fuentes principales para el estudio están obviamente escritos, hecho importante porque hay que recordar la consideración de la palabra escrita y de las letras como algo mágico; ese carácter privilegiado sólo tiene sentido, sin embargo, si se trata de una habilidad restringida y se percibe como misteriosa. Dado que el analfabetismo en el mundo antiguo estaba muy extendido, este dato apunta a la existencia de una clase de practicantes, o técnicos, a la que se acudía en determinadas circunstancias y que no pertenecían a las clases sociales más humildes, sino más bien a clases medias, con ciertos conocimientos de filosofía (el uso de los conceptos de simpatía cósmica parece atestiguarlo), religión (uso de nomina barbara procedentes de distintas religiones, conocimiento siquiera superficial de algunas ceremonias y preceptos, uso y/o imitación de aretalogías divinas) y educación (capacidad de escribir y leer). Todo ello entraña la existencia de una tradición, y con ello una estructura escolar y una relación maestro-discípulo que completa las indicaciones arcanas del texto, oscuras e incompletas por naturaleza y que sólo con la figura del maestro se pueden desentrañar y aprender .
La magia y la religión
Pero, ¿cómo conciliaban los iniciados en las doctrinas mágicas su pertenencia a la religión dominante de sus comunidades? Es incuestionable que la práctica externa de la religión oficial era inevitable aún en los casos en que no fuese del todo sincera, pero en realidad la idea de fondo es que las personas elegidas para el aprendizaje mágico se consideraban precisamente eso, elegidos, es decir, personas que tienen una capacidad especial para ver más allá de las formas y pueden comprender que existen otras vías además de la religión que es apta para la mayoría de sus correligionarios.
En concreto en el mundo islámico esta cuestión se resolvía, de algún modo, gracias a la existencia de una corriente mística dentro de la propia religión, el sufismo, que en cualquier caso, y como ocurre con los místicos de todas las religiones, se encontraba siempre en la estrecha frontera que separa la ortodoxia de la herejía.
El Pseudo Maslama recoge en su obra numerosas enseñanzas y citas de autores sufíes y explica a través de ellos conceptos de alta significación mágica, como cuando habla del poder del Nombre Supremo, que toma de las Epístolas de los Hermanos de la Pureza, o al referirse al contenido oculto del Corán y la significación de las letras, que es la base de la enseñanza sufí.
Relacionada con el sufismo, habría que mencionar, al menos, otra obra traducida en el scriptorium de Alfonso X el Sabio, La escala de Mahoma, que recoge la leyenda del viaje del profeta al otro mundo y su visión del cielo y del infierno. En el prólogo se afirma que un médico judío llamado Abraham (Abraham de Toledo) tradujo del árabe al castellano la obra titulada Halmacreig (al-mi’ray, la ascensión), mientras que del castellano al francés (manuscrito conservado) lo habría traducido Buenaventura de Siena, notario real, por orden del rey. La versión francesa se concluyó en 1264. No se ha conservado, por tanto, ningún manuscrito en castellano, pero sí la traducción latina, que se data en torno al 1260 (y de la que no habla el prólogo citado) del mencionado Buenaventura de Siena, base de la posterior versión francesa de 1264. Las contradicciones y repeticiones existentes en los textos conservados hacen pensar que el primer traductor alfonsí trabajó con más de un texto árabe, hecho probable dado que la tradición del viaje nocturno de Mahoma era bien conocida en la España musulmana .
El libro está escrito en primera persona y puesto en boca de Mahoma y en él se cuenta cómo el ángel Gabriel le conduce, a lomos del monstruo Alborac, al templo de Jerusalén, donde es acogido por los demás profetas, y desde allí sube a los cielos a través de una escala, recorriendo los siete cielos astronómicos del sistema de Ptolomeo. A continuación, Gabriel le muestra también los siete círculos del infierno y sus tormentos. La obra concluye con el regreso de Mahoma a La Meca y su decisión de proclamar su misión profética al pueblo.
La escala de Mahoma es para algunos autores, como el arabista Asín Palacios, un claro antecedente de la Divina Comedia de Dante, hecho que ha contribuido a aumentar su relevancia, a pesar de que otros investigadores afirmen que no existen datos suficientes para mantener semejante afirmación.
La tradición del ascenso del profeta a los cielos fue discutida, por otra parte, por muchos musulmanes ortodoxos como una desviación de la azora XVII, mientras que los sufíes asimilaron sus contenidos místicos y alegóricos para convertirlos en un ejemplo a seguir en su vía de ascenso espiritual.
En cuanto al aprendizaje de prácticas mágico/místicas tomadas de otros pueblos, esta idea implica que se otorgaba validez y veracidad a esas otras religiones y enseñanzas que poco tenían en común con las tradiciones propias. El problema en este sentido es especialmente relevante en el caso de los cristianos que tenían como guía en estas cuestiones a maestros pertenecientes a religiones consideradas enemigas irreconciliables, como la musulmana o la judía. La desconfianza que se sentía en Europa ante todo lo procedente de Toledo es comprensible desde este punto de vista, así como la de la propia Iglesia, puesto que la religión que los libros empleados consideran verdadera no es el Cristianismo, sino el Islam, pero además también por la descripción de prácticas que desde el punto de vista religioso no podían ser más que condenables.
En el Picatrix se refieren todo tipo de fórmulas para manipular, modificar la voluntad, dañar o perjudicar en todos los terrenos y hasta matar a quien el conocedor de las mismas desee. Por supuesto, no es ese el único contenido del libro, pero las instrucciones para esa clase de fines aparecen igualmente detalladas.
La valoración moral simplemente no existe (y de haber existido distaría mucho de la actual en la mayoría de las cuestiones) y se refieren incluso algunas prácticas realizadas por otros pueblos que incluyen sacrificios humanos, en algún caso de niños, y en ocasiones relacionados con la nigromancia en su sentido más puro de adivinación del futuro utilizando al muerto como oráculo.
El Picatrix y el Neoplatonismo

En general, muchos autores y obras son mencionados en el Picatrix, pero los que más aparecen son El libro de las Grandes Formas de Zósimo, el Libro exegético de las formas y los hechos del Zodíaco de Yabir Benhayyan el Sufí (este autor es, en general, uno de los más citados), El fruto de Ptolomeo, el Tratado sobre los talismanes de al-Razi, el Libro del caudal de Yaafar de Basra, varias obras de Hermes, de Platón, de Pitágoras y de al-Kindi, del ya mencionado Ben Wahsiyya, de Hipócrates y de Aristóteles.
Además, al tratar el tema de los sahumerios menciona como referencia dos citas bíblicas tomadas del libro del Éxodo en las que se refiere el tema de las ofrendas de perfumes (Ex 30, 22-27 y Ex 30, 31-36).
Una de las principales líneas de estudio de la obra, como ya se ha adelantado, conduce hasta el neoplatonismo islámico de los Hermanos de la Pureza. Los Ijwān al-Safā’ o Ikhwan al-Safa (Hermanos de la Pureza, de la Sinceridad o de la Claridad) fueron una sociedad de filósofos y científicos musulmanes que en opinión de algunos autores pertenecerían a la escuela šī’í ismā’īlí, aunque no hay acuerdo total al respecto.
Su obra conocida son las cincuenta y dos Rasā’il (Epístolas), de las cuales catorce tratan de matemáticas y de lógica, diecisiete de ciencias naturales y de psicología, diez de metafísica, y once de alquimia, mística, astrología y música. La mayor parte de los textos se habrían redactado en la ciudad de Basora entre el 961 y el 980, en la época de esplendor del califato ‛abbāsí, aunque también hay algunos textos anteriores.
A diferencia de otros escritos de similares características, las Epístolas tratan de ser comprensibles al lector no iniciado y presentan numerosas influencias, entre ellas el neoplatonismo, especialmente a través de Plotino, la escuela sabea de Harrān, el pitagorismo y neopitagorismo, Platón, en una visión ya fuertemente renovada, Aristóteles, más en cuanto a terminología que a contenido, Ptolomeo, Euclides, Galeno, Porfirio, Hipócrates y también están presentes las enseñanzas de otras religiones como el maniqueísmo, el zoroastrismo, el budismo, el cristianismo y el judaísmo, además de las fuentes islámicas.
Ricardo Felipe (Ibrahim) Albert Reyna explica en su tesis doctoral titulada La antropología de los Ijwān al-Safā’, y en alguna de sus obras posteriores, que los cuatro núcleos temáticos de la obra están agrupados de manera que cada grupo de epístolas presupone el anterior, y los mismos objetos van siendo tratados desde el punto de vista de las distintas ciencias a la manera de una espiral, cada vez en un nivel más espiritual, menos material, dentro de un plan pedagógico que confiesa querer llevar al lector desde las profundidades del mundo de la materia hasta la altura sublime del espíritu.
El neoplatonismo en el que están basadas las Epístolas es común a las tres grandes religiones y su síntesis es la idea de la creación como una emanación del Dios único a través de un número de hipóstasis que, en general, y en el caso particular de los Hermanos de la Pureza, pueden reducirse a tres: Intelecto, Alma y Materia.
La estructura del universo, por tanto, refleja la jerarquía descendente desde Dios, pasando por el Intelecto, todavía uno en esencia, y por el Alma, ya múltiple como exige el principio de dinamicidad, emanación que se agota desde un punto de vista descendente en la Materia.
Desde una perspectiva cognitiva el ser humano ocupa una posición central en el universo como vehículo de las formas desde la materia hacia el intelecto pasando por el alma. También desde un punto de vista pragmático ocupa una posición central igualmente como vehículo de las formas, pero en este caso desde el intelecto hacia la materia, pasando igualmente por el alma.
El concepto de religión que exponen las Epístolas es, según Albert Reyna, una revelación plural del conocimiento de Dios y de diversos métodos para que la humanidad pueda alcanzar ese mismo saber y librarse de la opresión de la materia. Esa vía práctica de conocimiento liberador que es cada religión necesariamente ha de incluir también las formas de la idolatría.
Algunos de los conceptos más significativos recogidos en el Picatrix están tomados directamente de los Hermanos de la Pureza, como por ejemplo, la idea de que un saber tan alto y arcano sólo está destinado a quienes están preparados para recibirlo, por lo que su transmisión no puede ser pública, pues sería entonces perjudicial en vez de beneficiosa, y en concreto en lo relativo a las cuestiones más delicadas, como las astrológicas, se afirma que sólo quienes sean al mismo tiempo sabios y virtuosos pueden acceder a ellas.
El Picatrix como Grimorio
En cuanto a este tema de la astrología y su influencia en la vida humana, las Epístolas afirman que el ser humano es libre, pero el carácter concreto de cada individuo está condicionado por el influjo del mundo celeste, por lo que las características humanas son de dos tipos; las innatas, que marcan el destino para el que cada uno fue creado y están regidas por el mundo celeste, y las adquiridas, que dependen de la conducta de cada individuo y no pueden imponerse de modo absoluto sobre las innatas, pero sí ayudar a alcanzar mejor el propio fin particular .
Otra referencia especialmente importante en el libro del Pseudo Maslama es la mención a la obra de Hermes. Este tema se trata extensamente en el apartado dedicado al estudio del Lapidario.
En cuanto a la relación del Picatrix con la literatura de la misma temática, ya se ha dicho anteriormente que pasó a ser una de las obras de referencia para los estudiosos de la misma. Otras obras importantes que pueden mencionarse son el Enchiridion del papa León III, fechado hacia el 813, el Mafteah Shelomoh, un manuscrito hebreo masorético fechado en torno al 900 y que contendría Las Claves de Salomón, es decir, La Clave Mayor del Rey Salomón y el Lemegeton o La Clave Menor del Rey Salomón, el Libro Jurado de Honorio, ya de 1250, o el Heptameron, uno de los grimorios medievales más antiguos, atribuido a Pedro De Abano (1259-1316) y que se basa en el Liber Razielis. Richard Kieckhefer en su libro La Magia en la Edad Media dice que los fines perseguidos en los grimorios son básicamente influir en las mentes y deseos de los demás, ya sean personas, animales o espíritus para que hagan o eviten hacer algo, es decir, actuar sobre personas y animales para hacerles bien o mal y, en general, para poder influir sobre todas las cosas. Para ello se usa un elemento visual (círculos mágicos, talismanes, etc.), uno oral (la realización de conjuraciones en las que se ordena al espíritu que haga algo) y uno de acción (realización de sacrificios, ofrendas, magia simpática, etc.).
La palabra grimorio es de incierta procedencia, para algunos es una palabra española, de la que después derivaría la francesa grimoire, mientras que según otros el proceso habría sido inverso, que es la opción dada por la R.A.E.; también se relaciona con la palabra gramática, grammaire, con la idea de conjunto de reglas, en este caso mágicas.
Los grimorios combinan la magia astral, típicamente árabe y de origen persa y griego, que actúa por el poder de los astros celestes y depende su efectividad de ciertos signos, días, horas, posiciones planetarias, etc, con los exorcismos, típicamente cristianos y judíos, la magia natural, que los antiguos consideraban la ciencia oculta y que se refiere al uso de sustancias naturales, y la magia diabólica, en la que intervienen seres infernales.
Respecto al origen de los grimorios, Félix Francisco Castro Vicente afirma que en el antiguo Egipto ya existieron libros que recopilaban conjuros, y que sus más claros precedentes proceden de la magia babilónica, que influyó también en la magia judía. Ya en los últimos siglos del Imperio Romano circularon extensamente obras de magia, muchas de ellas de posible origen judío.
En Europa comenzó su difusión a partir del siglo XII, al producirse una serie de cambios en el mundo de la cultura y de la vida intelectual europea, como el florecimiento de cortes reales y universidades como centros culturales, al margen de las escuelas catedralicias y monasterios, lo que promovió la búsqueda de fuentes ajenas a la ortodoxia como podía ser el conocimiento clásico conservado y transmitido por el mundo islámico, que heredó junto con el saber clásico, la astrología y la alquimia.
Estos libros se transmitieron dentro de los ámbitos cultos y eclesiásticos, ya que las clases populares no sabían leer y no podían tener acceso a ellos, abundando en los anales históricos las referencias a condenas de frailes, monjes y clérigos por su posesión. Circulaban por villas y ciudades copiados a mano en secreto por el evidente peligro que implicaba la tenencia de este tipo de obras, lo que hizo que con el tiempo las diversas versiones de un mismo grimorio fuesen diferentes entre sí. La difusión y popularización de los grimorios no se produciría hasta los siglos XVII y XVIII. En España existen referencias a diversos grimorios desde época temprana; Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, cita como ejemplos el libro De Invocatione Demonum, el Liber Salomonis, quemado en Barcelona en el siglo XIV, y otro significativo libro catalán, El Libre de Poridat, que ya en el siglo XVI cita el Libro de Salomón.
Julio Caro Baroja en Vidas mágicas e Inquisición cita el Liber Salomonis quemado por el inquisidor Eymerich en el siglo XIV, y también las obras quemadas al Marqués de Villena, cuyo nombre quedó para siempre unido a la magia, así como la Clavicula Salomonis mandada a la hoguera por el Obispo de Barcelona.
Ya en los siglos XVI y XVII abundan condenas por la posesión de la Clavícula de Salomón (en las Palmas de Gran Canaria, en Toledo, en Burgos) y en Cuenca por la posesión del Alma del Salomonis y el propio Picatrix.
El uso de la imágenes mágicas
Tema significativo a tratar sería también el de las imágenes mágicas empleadas en el libro. La utilización de lenguajes mágicos no es algo infrecuente en la literatura dedicada a esta disciplina, en parte por la necesidad de recurrir a un código cifrado que impida el acceso a su significado al no iniciado, y en parte por el propio contenido. Algunas de las imágenes que se emplean corresponden a símbolos astrológicos, letras principalmente árabes y hebreas, y también números. Los símbolos reproducen un concepto determinado que no procesa la mente consciente sino el subconsciente de manera directa.
Es tradicional en la magia el uso de sellos o sigilos que representan o bien una entidad o bien una idea o principio determinado. Este planteamiento es el mismo que se encuentra detrás de los talismanes, que suelen llevar grabados figuras, frases o letras de significados ocultos. En este caso, las imágenes contenidas en el Picatrix son de carácter fundamentalmente astrológico.
La existencia de dichas imágenes influyó tal vez más adelante en el surgimiento de los lenguajes propiamente mágicos, que en realidad no tienen la estructura real de una lengua, aunque de algunos sí se afirme que poseen algo parecido a una sintaxis y gramática propias.
Quizá los más conocidos de estos lenguajes mágicos sean el enoquiano, idioma artificial supuestamente revelado al ocultista británico John Dee y al vidente Edward Kelley en 1581, y el ya moderno lenguaje ouránico creado por Peter Carroll en el siglo XX.
Conclusión: El Picatrix y Alfonso X

Como resumen, podemos decir del Picatrix que es un libro de magia talismánica basado en la tradición mágica de diversas culturas (con la naturaleza sincrética que en buena medida caracteriza siempre a estas enseñanzas) y de contenido eminentemente práctico; la parte más puramente teórica o de carácter filosófico no es, en general, más que una introducción o un marco para las enseñanzas prácticas.
Es, así mismo, una de las obras cuyo contenido podía ser más discutible desde el punto de vista ortodoxo, puesto que es un buen ejemplo de libro que se encuentra a medio camino entre lo que llegó a llamarse magia daemoniaca y la magia naturalis.
La frontera entre ambas corrientes fue siempre realmente estrecha, dado que es prácticamente imposible establecer el límite entre la magia natural y las manipulaciones mágicas realizadas con ayuda de los demonios; este será un problema al que habrán de enfrentarse en épocas posteriores jueces e inquisidores al tener que determinar si la recitación de determinadas oraciones o el empleo de amuletos correspondía a una práctica de magia natural o a un acto diabólico .
Por tanto, esta obra es la que quizá más puede inducirnos a pensar que el interés de Alfonso X por los temas mágicos iba más allá de la mera curiosidad erudita que sin duda le caracterizó, ya que su lectura y estudio tal vez no le convierte necesariamente en un mago, pero sí al menos en un iniciado en el arte de las aplicaciones últimas de la astrología y su influencia sobre las cosas terrestres.
El hecho de que aparentemente la intención del rey no fuese difundir el libro sino hacer de él un uso privado indica, además, que tomaba en consideración y ponía en práctica las recomendaciones del propio texto en las que se pide encarecidamente que se tenga en cuenta que su contenido no es apto para una difusión generalizada, dado lo peligroso que podría resultar en manos inadecuadas; Alfonso X se convertiría así en un discípulo más entre otros muchos que durante siglos habrían continuado el estudio de las enseñanzas mágicas y transmitido sus conocimientos bajo la premisa de la discreción.
Gonzalo Rodríguez García.