Toledo es un lugar de leyendas románticas, mágicas y misteriosas; pero a veces existen historias que son mucho más sorprendentes que cualquier leyenda, haciendo valer la frase: “la realidad supera a la ficción”. Esta aventura nos propone un viaje al renacimiento español, donde algunos inventos alcanzaron los sueños y anhelos más intrépidos del hombre.
Juanelo Turriano, arquitecto de lo imposible
Nuestra historia comienza con un personaje, un prodigioso inventor de origen italiano, natural de Cremona, llamado Giovanni Torriani y conocido por todos como Juanelo Turriano. Este Leonardo Da Vinci español como se le ha llamado al día de hoy, acabó siendo un prestigioso personaje de corte, trabajando directamente como ingeniero y arquitecto de Carlos V, con el que realizó una extraordinaria colección de relojes, pero además ofreciendo sus prototipos para artificios de asedio y combate, o ideas para mejorar las infraestructuras de las ciudades del Imperio Español.
El artificio de Juanelo
Y con ese talento, surgió de su mente el conocido “artificio de Juanelo”, un mecanismo que podía llevar el agua desde el río Tajo hasta la zona más alta de la ciudad (actual edificio Alcázar), para proveer de este preciado elemento a Toledo y ser repartido por toda la urbe, mucho antes de que otras ciudades europeas consideradas más avanzadas, poseyeran un sistema de abastecimiento de estas características: los cálculos nos hablan de unos 14.000 litros de agua diaria. El sistema estaba formado por una gran estructura provista que cubetas que se iban llenando y vaciando de agua con la propia tracción y movimiento del curso del río, teniendo que salvar un desnivel de más de 100 metros. Juanelo tuvo que emprender este proyecto sin contar con ninguna ayuda económica y lo hizo con su propia inversión personal, además de endeudarse para poder llevar a cabo tal empresa. Y el artificio funcionó, de hecho se realizó un segundo proyecto que mejoró el primero llevando más agua a la ciudad, ya durante el reinado de Felipe II. Ninguno de los monarcas, ni el ejército (beneficiario en primera instancia del agua), ni la propia ciudad de Toledo pagó nunca al inventor, y este cayó en una bancarrota económica y moral que le obligó a redoblar su ingenio una vez más.
¿Nos queda algo del Artificio? Para terminar este apartado y a modo de anécdota, decir que a la entrada del recinto del Valle de de los Caídos, existen 4 columnas que se dicen, proceden directamente de esta construcción, son los conocidos como “centinelas” o los “Juanelos”.